Desde su nacer fu desafortunado aquel sabio infeliz. Casi estoy por decir que antes de nacer lo era ya. Le cupo suerte de gemelo y, si por los consiguientes se juzgan los antecedentes, es muy presumible que en el claustro materno le tocara la habitaci n peor. Vino esta existencia el segundo. Todos los gestos y exclamaciones de alegr a hechos por los padres al advenimiento del primer hijo, troc ronse en gestos de contrariedad y exclamaciones de disgusto al presentarse el otro. No eran ricos los padres y aquella propina filial les amarg el buen parto. m s de ello, si el primer hijo era robusto y mantecoso, era el segundo pellejoso y enclenque. El m dico tuvo que propinarle una tanda de azotes para que rompiese llorar y llorando empezara vivir, como empezamos todos. En su bautizo calent el agua de m s el monaguillo, y carg la mano en la sal el cura; de modo que le achicharraron la piel y le pusieron la boca como tocino rancio. poco si la madrina le deja caer al suelo; poco si le asfixia el padrino al atarle los cordoncillos de la gorra. Por lo que hace nombre le pusieron Anatolio, sin m s a adiduras.
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