A vosotros mi memoria se dirige solamente. Aqu matan a la gente: por m dicos, a la gloria. Como quien cuenta una historia, de los de la tierra quiero pintar las gracias y esmero; y as digo, verdad hablo, que ellos hacen, como el diablo: van a tentar, lo primero. Qu bueno fuera invertir los nombres de los pulsantes Ll menles agonizantes, pues ayudan a morir. Tal es el matar o herir de los doctores presentes, lo ha sido de los ausentes, y ser de los futuros. Sacadnos de estos apuros, sino requiescant las gentes. Los m dicos de mil modos nos suelen mortificar; y les hemos de aguantar, que nos jeringuen a todos? Lo que alabo sin apodos es, que no traten enga o; pues para evitar el da o, cause o no cause escozor, es el remedio mejor dar a tiempo un desenga o. Los doctores son los barcos de Aqueronte, horrible y fuerte, sat lites de la muerte, y de su cuadro los marcos; del Leteo fieros arcos, por donde, seg n discierno, si Dios, tan piadoso y tierno, no usase de su bondad, a toda la humanidad pasara aqu l al infierno. A bien que ya lo veis vos: el doctor, pesado yugo, es el humano verdugo en el tribunal de Dios. M s crueles que la tos, su seriedad les destina, y su rigor les inclina, sean h biles o zotes, a que nos den los azotes de la Justicia Divina. Pero lo m s singular es, si se llega a advertir, que maten para vivir, y que vivan de matar. Es digno de celebrar, cuando un m dico inhumano en un r cipe villano, sacude una cuchillada: verle tirar la pedrada, y luego esconder la mano.
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